“El día que le di una llave a cada uno de los míos… fue el día en que sentí que mi lucha valió la pena.”
Crecí entre carencias, en Fuerte Apache, donde a veces el futuro parecía una broma pesada. Pero yo juré que si salía adelante, nadie de mi familia volvería a pasar por lo mismo. Y cumplí esa promesa: les regalé una casa a cada uno. No una grande para todos. Una a cada persona que me acompañó desde el barro.
Fueron 14 casas. 14 llaves. 14 lágrimas distintas. Cada puerta que abrían mis viejos, mis hermanos, mis primos… era una puerta que yo le cerraba al pasado. A la pobreza. Al miedo. Al hambre. A las noches frías sin gas.
Cuando vi a mi vieja entrar a su propia casa, sin deberle a nadie, entendí que el verdadero lujo no está en los autos caros ni en los relojes. Está en ver sonreír a los que siempre te bancaron cuando no tenías nada.
“No vine al mundo solo a jugar al fútbol… vine a devolver todo lo que el fútbol me dio, empezando por los míos.”