Crónicas urbanas

Pateando bajo el farol

El potrero, no importa dónde ni de qué está compuesto, sigue siendo una permanente fuente de expresión futbolera. Vivencias, anécdotas y situaciones que van más allá de la pelota.

Por Silvina Juárez. Periodista, escritora y narradora

No importa cuántos chicos se juntan. Si no hay camisetas. O si los arcos lucen rotos y las redes deshilachadas.

Los detalles no se tienen en cuenta en ese pequeño espacio de cemento regado del mejor sudor. El que brota del juego. De perseguir a una rebelde y ajada pelota.

Por eso, nadie tiene en cuenta si la cancha no es de césped. O ni siquiera de tierra.

El partido se hace igual. Y no se suspende por lluvia. Hay que pasar el rato. Hay que jugar a la pelota.

El playón deportivo del barrio Esteban Napal tiene el poder de convocar a los más chicos del lugar. “Hay que pasar el tiempo”, cuenta Santiago, de 12 años, mientras hace piruetas con una pelota prestada.

 “La canchita significa jugar, divertirse, hacer goles. Jugamos contra los chicos grandes por una gaseosa. A veces nos va bien, otras no”, resume Jhonatan, de 13.

También están Dylan (11),  Alex (13), Darío (12) y Ezequiel (12). Algunos de ellos juegan en la Escuelita de fútbol “El Cometa”, que por esta fecha aún no comenzó con sus encuentros, así que los chicos insisten en practicar en su barrio para después “romperla” en los entrenamientos.

Un poco más alejada está Hebe (10). Parece tímida y menos “parlanchina” que sus compañeros. Prefiere quedarse a un costado de la cancha con una amiga y un cochecito de bebé, con bebé incluído. Sin embargo, los chicos le insisten. A los pocos segundos, ella cuchichea con su amiga y se suma al grupo.

“La Hebe juega y ataja re bien. Siempre la queremos en el equipo”, cuenta Santiago.  Hebe se ruboriza, aprieta los labios, baja la mirada… Y no dice nada.

Va cayendo el sol y los faroles que rodean el playón se iluminan. Todos menos uno, que deja un lado de la canchita casi a oscuras.

Apenas un detalle imperceptible para los ojos de estos niños, acostumbrados a adaptar su juego a distintas condiciones.


“Ya tengo equipo”

Hay dos capitanes. Y varios pibes agrupados enfrente, a la espera del gran llamado: ese que termina con tanta ansiedad acumulada. “Ya tengo equipo”, desfila en la mente de cada uno, a medida que los líderes van eligiendo a sus jugadores. Y está claro que nadie quiere ser último…

Uno de los bancos laterales hace de tribuna. Allí quedan los curiosos, los tímidos, y aquellos a quienes nadie invita.

-¿No jugas?

-Y, no soy muy bueno…

El recién llegado tiene puesta la camiseta de Boca y unas zapatillas, como si estuviera preparado para entrar de suplente, en cualquier momento. Los minutos pasan. Todos lo ven. Pero nadie lo suma a su equipo.

Empieza el partido

La pelota va y viene. Se escapa por laterales que nunca estuvieron marcados. Gasta sus gajos viejos en el cemento. De vez en cuando, entra de lleno en el arco y mientras rueda sueños sin límites,  los chicos la persiguen. 

Una y otra vez. Nunca se cansan de perseguirla. Ni de soñar.

Más allá de las preferencias por Boca, la mayoría elige “ser” Messi, hasta que Santiago salta diciendo que, para él, el mejor es Tévez. Y lo cargan a viva voz, con palmadas en la espalda.

La antítesis, otra vez, pasa por Hebe. Con voz bajita (pero segura), se anima a decir que ella es de River y que no tiene a ningún jugador como favorito. Pero no la cargan. Ni le dan palmadas en la espalda.

-¿Qué hicieron antes de venir a jugar?

-Pasamos la tarde. Con este calor, a veces nos vamos a Maldonado. Pero cuando volvemos al barrio, enseguida nos encontramos acá, en la canchita.

Es inevitable pensar cuánto valor encierran esos pocos metros de cemento, dos arcos y una pelota, empalmados en el centro de un barrio periférico.

Son casi las diez de la noche. Es cielo es azul profundo y está bañado de estrellas. Los chicos se cruzan al almacén de enfrente a  comprar una gaseosa sabor cola.

De repente, una aureola de luz, lejana, sobrevuela el lugar. Algunos la llaman estrella fugaz. Y piden un deseo.


El barrio, la infancia

El barrio Esteban Napal fue terminado de erigirse en 2007. Su construcción demoró sólo 18 meses. Ser Comunidad, con la anuencia de Cáritas Bahía Blanca, llevó adelante el proyecto.

Son 114 familias, distribuidas en siete manzanas ubicadas entre las calles Tierra del Fuego, Fitz Roy, Nueva Provincia y Undiano.

El asentamiento forma parte de los planes de vivienda que realizó Cáritas Bahía Blanca, desde principio de los `90, mediante un sistema rotativo solidario de materiales, llamado “construyendo entre todos”. 

Otros barrios construidos son Pro Casa II, de 22 viviendas; Pro Casa III, 28; Autoconstrucción, 12 unidades; Plan Solidaridad, 36. Además, se entregaron lotes con servicios a 59 familias.

Esteban Napal fue un reconocido trabajador social, director de Cáritas Bahía Blanca y presidente de Ser Comunidad.

 Por otra parte, el barrio cuenta con calles que llevan el nombre de bahienses que dedicaron su vida a trabajar por los que menos tienen: Jorge Agesta y Miguel Milia.