Eduardo Galeano y el fútbol

El fútbol nos invita a disfrutar la mejor lectura

Como pocos, el escritor uruguayo mimetizó el mundo de las canchas, el hincha y la pasión futbolera con la literatura. Imposible no enfrascarse en cualquiera de sis textos.

Eduardo Galeano (1940-2015) fue un tipo que gustó del deporte más pasional del mundo. Y en su libro titulado “El fútbol a sol y sombra” nos dejó grandes textos acerca de distintas temáticas, todas vinculadas al juego. A continuación, una selección de algunos de éstos. Claro está, siempre se puede (y es lo más recomendable) comprar/pedir/buscar el libro original y meterse en el mundo del uruguayo que siempre soñó con ser futbolista.

El hincha

“Una vez por semana, el hincha huye de su casa y asiste al estadio. Flamean las banderas, suenan las matracas, los cohetes, los tambores, llueven las serpientes y el papel picado; la ciudad desaparece, la rutina se olvida, sólo existe el templo. En este espacio sagrado, la única religión que no tiene ateos exibe a sus divinidades. Aunque el hincha puede contemplar el milagro, más cómodamente, en la pantalla de la tele, prefiere emprender la peregrinación hacia este lugar donde puede ver en carne y hueso a sus ángeles, batiéndose a duelo contra los demonios de turno.

Aquí, el hincha agita el pañuelo, traga saliva, glup, traga veneno, se come la gorra, susurra plegarias y maldiciones y de pronto se rompe la garganta en una ovación y salta como pulga abrazando al desconocido que grita el gol a su lado. Mientras dura la misa pagana, el hincha es muchos. Con miles de devotos comparte la certeza de que somos los mejores, todos los árbitros están vendidos, todos los rivales son tramposos.

Rara vez el hincha dice: `hoy juega mi club'. Más bien dice: `Hoy jugamos nosotros'. Bien sabe este jugador número doce que es él quien sopla los vientos de fervor que empujan la pelota cuando ella se duerme, como bien saben los otros once jugadores que jugar sin hinchada es como bailar sin música.

Cuando el partido concluye, el hincha, que no se ha movido de la tribuna, celebra su victoria; qué goleada les hicimos, qué paliza les dimos, o llora su derrota; otra vez nos estafaron, juez ladrón. Y entonces el sol se va y el hincha se va. Caen las sombras sobre el estadio que se vacía. En las gradas de cemento arden, aquí y allá, algunas hogueras de fuego fugaz, mientras se van apagando las luces y las voces. El estadio se queda solo y también el hincha regresa a su soledad, yo que ha sido nosotros: el hincha se aleja, se dispersa, se pierde, y el domingo es melancólico como un miércoles de cenizas después de la muerte del carnaval”.

Escuchá al poeta uruguayo con su voz inconfundible...

El gol

“El gol es el orgasmo del fútbol. Como el orgasmo, el gol es cada vez menos frecuente en la vida moderna. Hace medio siglo, era raro que un partido terminara sin goles: 0 a 0, dos bocas abiertas, dos bostezos. Ahora, los once jugadores se pasan todo el partido colgados del travesaño, dedicados a evitar los goles y sin tiempo para hacerlos.

El entusiasmo que se desata cada vez que la bala blanca sacude la red puede parecer misterio o locura, pero hay que tener en cuenta que el milagro se da poco. El gol, aunque sea un golcito, resulta siempre gooooooooooooooooooooooool en la garganta de los relatores de radio, un do de pecho capaz de dejar a Caruso mudo para siempre, y la multitud delira y el estadio se olvida de que es de cemento y se desprende de la tierra y se va al aire”.

Galeano en una entrevista realizada en julio de 2011 por estudiantes de la FUBA ( Federación Universitaria de Buenos Aires). No te la pierdas.

¿El opio de los pueblos?

"¿En qué se parece el fútbol a Dios? En la devoción que le tienen muchos creyentes y en la desconfianza que el tienen muchos intelectuales. En 1880, en Londres, Rudyard Kipling se burló del fútbol y de “las almas pequeñas que pueden ser saciadas por los embarrados idiotas que lo juegan”. Un siglo después, en Buenos Aires, Jorge Luis Borges fue más que sutil: dictó una conferencias sobre el tema de la inmortalidad el mismo día, y a la misma hora, en que la Selección Argentina estaba disputando su primer partido en el Mundial del ’78.

El desprecio de muchos intelectuales conservadores se funda en la en la certeza de que la idolatría de la pelota es la superstición que el pueblo merece. Poseída por el fútbol, la plebe piensa con los pies, que es lo suyo, y en ese goce subalterno se realiza. El instinto animal se impone a la razón humana, la ignorancia aplasta a la Cultura, y así la chusma tiene lo que quiere.

En cambio, muchos intelectuales de izquierda descalifican al fútbol porque castra a las masas y desvía su energía revolucionaria. Pan y circo, circo sin pan: hipnotizados por la pelota, que ejerce una perversa fascinación, los obreros atrofian su conciencia y se dejan llevar como un rebaño por sus enemigos de clase.

Cuando el fútbol dejó de ser cosas de ingleses y de ricos, en el Río de la Plata nacieron los primeros clubes populares, organizados en los talleres de los ferrocarriles y en los astilleros de los puertos. En aquel entonces, algunos dirigentes anarquistas y socialistas denunciaron esta maquinación de la burguesía destinada a evitar la huelgas y enmascarar las contradicciones sociales. La difusión del fútbol en el mundo era el resultado de una maniobra imperialista para mantener en la edad infantil a los pueblos oprimidos. Sin embargo, el club Argentinos Juniors nació llamándose Mártires de Chicago, en homenaje a los obreros anarquistas ahorcados un primero de mayo, y fue un primero de mayo el día elegido para dar nacimiento al club Chacarita, bautizado en una biblioteca anarquista de Buenos Aires. En aquellos primeros años del siglo, no faltaron intelectuales de izquierda que celebraron al fútbol en lugar de repudiarlo como anestesia de la conciencia. Entre ellos, el marxista italiano Antonio Gramsci, que elogió `este reino de la lealtad humana ejercida al aire libre'".

Galeano y su pensamiento. Su particular visión del fútbol y de la vida...

El fin del mundo

“Rueda la pelota, el mundo rueda. Se sospecha que el sol es una pelota encendida, que durante el día trabaja y en la noche brinca allá en el cielo, mientras trabaja la luna, aunque la ciencia tiene sus dudas al respecto. En cambio, está probado, y está probado con toda certeza, que el mundo gira en torno a la pelota que gira: la final del mundial 94 fue contemplada por más de dos millones de personas, el público más numeroso de cuantos se han reunido a lo largo de la historia de este planeta. La pasión más compartida: muchos adoradores de la pelota juegan con ella en las canchas y en los potreros, y muchísimos más integran la tele platea que asiste, comiéndose las uñas, al espectáculo brindado por veintidós señores en calzoncillos que persiguen la pelota y pateándola le demuestran su amor.

Al final del mundial del 94, todos los niños que nacieron en Brasil se llamaron Romario, y el césped del estadio de los Ángeles se vendió en pedazos, como una pizza, a veinte dólares la porción. ¿Una locura digna de mejor causa?¿Un negocio vulgar y silvestre?¿Una fabrica de trucos manejada por sus dueños? Yo soy de los que creen que el fútbol puede ser eso, pero es también mucho más que eso, como fiesta de los ojos que lo miran y como alegría del cuerpo que lo juega. Un periodista pregunto a la teóloga alemana Dorothee Solle: –¿Como explicaría usted a un niño lo que es la felicidad? — No se lo explicaría — respondió — le tiraría una pelota para que jugara.

El fútbol profesional hace todo lo posible para castrar esa energía de felicidad, pero ella sobrevive a pesar de todos los pesares. Y quizás por eso ocurre que el fútbol no puede dejar de ser asombroso. Como dice mi amigo Angel Ruocco, eso es lo mejor que tiene: su porfiada capacidad de sorpresa. Por más que los tecnócratas lo programen hasta el mínimo detalle, por mucho que los poderosos lo manipulen, el fútbol continua queriendo ser el arte de lo imprevisto. Donde menos se espera salta lo imposible, el enano propina una lección al gigante y un negro esmirriado y chueco deja bobo al atleta esculpido en Grecia.

Un vacío asombroso: la historia oficial ignora al fútbol. Los textos de historia contemporánea no lo mencionan, ni de paso, en países donde el fútbol ha sido y sigue siendo un signo primordial de identidad colectiva. Juego, luego soy: el estilo de jugar es un modo de ser, que revela el perfil propio de cada comunidad y afirma su derecho a la diferencia. Dime como juegas y te diré quien eres: Hace ya muchos años que se juega al fútbol de diversas maneras, expresiones diversas de la personalidad de cada pueblo, y el rescate de esa diversidad me parece, hoy día, más necesario que nunca. Estos son tiempos de uniformización obligatoria, en el fútbol y en todo lo demás. Nunca el mundo ha sido tan desigual en las oportunidades que ofrece y tan igualador en las costumbres que impone: es este mundo de fin de siglo, quien no muere de hambre, muere de aburrimiento.

Desde hace años, yo me he sentido desafiado por el tema, memoria y realidad del fútbol, y he tenido la intención de escribir algo que fuera digno de esta gran misa pagana, que tantos distintos lenguajes es capaz de hablar y tan universales pasiones pueden desatar. Escribiendo, iba a hacer con las manos lo que nunca había sido capaz de hacer con los pies: chambón irremediable, vergüenza de las canchas, yo no tenia mas remedio que pedir las palabras lo que la pelota, tan deseada, me había negado.

De ese desafío, y de esa necesidad de expiación, nacieron estos textos. Homenaje al fútbol, celebración de sus luces, denuncia de sus sombras. Yo no sé si ellos son lo que han querido ser, pero  han crecido dentro de mí y han llegado ya a su último minuto y ahora, ya nacidos, se ofrecen a ustedes. Y yo me quedo con esa melancolía irremediable que todos sentimos después del amor y al final del partido”.

El Fin del partido, narrado por su propio autor

Personal

Eduardo Galeano fue un escritor y periodista uruguayo cuya obra, comprometida con la realidad latinoamericana, indaga en las raíces y en los mecanismos sociales y políticos de Hispanoamérica.

Su obra abarca los más diversos géneros narrativos y periodísticos. Otros títulos suyos a destacar son Los días siguientes(1962), China, crónica de un desafío (1964), Los fantasmas de día de León (1967),Guatemala, país ocupado (1967), Nosotros decimos no (1989), El libro de los abrazos (1989), Las palabras andantes (1993), El fútbol a sol y sombra (1995), Las aventuras de los jóvenes dioses (1998), Patas arriba. La escuela del mundo al revés(1999), Bocas del tiempo (2004) y Espejos. Una historia casi universal (2008).