¿Puede una persona que ha hecho feliz a todo un país estar inmensamente triste? Sí, puede: «Caí en un pozo sin salida. Sólo deseaba que llegase la noche para poder tomarme una pastilla y dormir. Me di cuenta de que o buscaba ayuda o no sé a dónde iba a parar. Cuando sufres depresión no eres tú». ¿Puede un deportista que lo ha ganado todo y cuya leyenda ya está escrita sentirse incapaz de hacer bien su trabajo? Sí, puede: «Sufría un agobio interior. No controlaba la bola ni la respiración. Reflexionaba: 'Lo has logrado todo y no tiene ningún sentido sufrir ansiedad a esas alturas'. Pero aun viendo todo eso muy claro, no lograba mantener el control». Así explicaban Andrés Iniesta y Rafa Nadal sus problemas de depresión y ansiedad, respectivamente. Por otro lado, ¿puede uno de los grandes de la historia recuperarse de un episodio depresivo? Tiger Woods demostró este domingo que sí. «Me arrepiento de los errores que cometí», explicaba, ya metido en la chaqueta verde. Si tres iconos han hecho públicos sus trastornos de salud mental, cabría pensar que éste ha dejado de ser un tema prohibido en el deporte. Bueno, no vayamos tan deprisa.
«Es sólo la punta del iceberg y, sin duda, que deportistas de este calibre cuenten sus casos ayudará a que cada vez más lo hagan, pero la salud mental en el deporte profesional sigue siendo un tabú. Se avanza lentamente y el estigma, por ahora, permanece», explica José Manuel Beirán, que tiene la triple graduación en este asunto: psicólogo, deportista de élite (plata olímpica en Los Ángeles 84) y padre de jugador profesional (su hijo Javier también es internacional con España). «Hemos construido una imagen del deportista que es falsa, pero a la que ellos se aferran: hay que mostrarse invulnerable, ganador, seguro... Así que cuando se sienten mal, no lo cuentan ni piden ayuda. Y eso sólo agrava el problema», añade. «Estamos en la época de Mr. Wonderful: todo tiene que ser optimista y bonito. La tristeza está mal vista y se silencia», reflexiona Rafael Mateos, psicólogo deportivo de Train Your Mind, una empresa que trabaja con clubes y escuelas deportivas por toda España.
Aunque sea sólo la famosa punta del famoso iceberg, lo cierto es que cada vez son más los deportistas que dan un paso al frente. En las dos últimas semanas, Anna Boada, medallista mundial en remo, y Sabina Asenjo, plusmarquista nacional de lanzamiento de disco, han anunciado su retirada prematura debido a la depresión y la ansiedad. En la NBA, hogar por excelencia del superatleta, dos habituales del All Star lideran un movimiento para visibilizar un problema que ellos mismos han sufrido: DeMar DeRozan («Llevo padeciendo depresión desde que era muy joven. No importa cómo de indestructibles parezcamos, todos somos humanos al final el día») y Kevin Love («Sufrí un ataque de pánico en pleno partido. Todo me daba vueltas. Era como si mi cuerpo tratara de decirme que estaba a punto de morir»). ¿Y quién está a salvo si el olímpico más laureado de la historia no lo está? «Me encerraba en mi habitación. No quería nadar más, ni siquiera vivir más. En varias ocasiones llegue a pensar en el suicidio...», recuerda ahora Michael Phelps sobre la depresión que sufrió en 2014.
«A los deportistas nos cuesta reconocerlo, pero, por encima de todo, nos cuesta reconocérnoslo. Asumir nosotros mismos que estamos mal», explica a EL MUNDO Javi Guerra, el mejor maratoniano español de la actualidad y otro de los deportistas que ha roto el tabú. «La ansiedad me podía. Me abrumaba el miedo a fallar a mi gente. Se me aceleraba el pulso, tenía problemas estomacales, mi autoestima desapareció... Sólo cuando pedí ayuda logré superarlo y volver a ser yo, dentro y fuera de la competición. Ojalá mi caso y el de los demás deportistas que están hablando sirvan para visibilizar algo que sucede mucho más de lo que pensamos. Hay que entender que no es distinta una lesión de rodilla que una mental, que hay que trabajar igual las piernas que la cabeza. Pero aún queda mucho por hacer».
El fútbol, el más popular de los deportes, no es inmune. Ni mucho menos. El 38 por ciento de los jugadores en activo en 2015 padecían síntomas de depresión, según un informe de FIFPro, el sindicato mundial de futbolistas. El caso más extremo es el de Robert Enke, ex portero del Barcelona que se suicidó tras años de depresión no confesada, pero hay muchos menos trágicos.
Conocidos son los ataques de ansiedad que persiguieron a Jesús Navas al inicio de su carrera. Bojan Krkic confesó cuál fue la causa de su renuncia a la Eurocopa 2008: «Estaba muy mal, al límite. Mareado las 24 horas del día durante meses. Tenía que tomar Trankimazin para estar más centrado». Buffon se refirió a la depresión que superó como «un agujero negro del alma». Víctor Valdés, Coentrao, Iván Campo, Woodgate... Han ido saliendo con cuentagotas, pese a la que la respuesta suele ser positiva. Al menos, la externa. Cuando André Gomes reconoció en la revista Panenka que su mal rendimiento en el Barça le agobiaba hasta el punto de darle «miedo salir a la calle», el Camp Nou respondió con una tremenda ovación en el siguiente partido. Pero dentro del mundillo, permanece el estigma. Al pedir que su opinión para este reportaje a un futbolista en activo cuyo caso es conocido, su respuesta dejó claro que hay cosas de las que aún es mejor no hablar: «Ya dije lo que tenía que decir y removerlo sólo me va a traer problemas y miradas».
«Algo hemos avanzado. Cuando, en los 90, Benito Floro llevó un psicólogo al Madrid, se reían de él. Ahora en bastantes clubes te siguen recibiendo con reticencias, pero van entendiendo que estos tipos raros podemos ayudarles», explica Mateos. «Cuando yo jugaba, ni se hablaba de psicólogos y hoy ya sí, aunque no lo suficiente», añade Beirán.
Si tantos casos hay, hagamos la pregunta del millón: ¿causa el deporte de élite más enfermedades mentales que otras profesiones? «No es la causa, pero las potencia en dos sentidos. Primero, el evidente: la presión, el miedo al fracaso, la exposición permanente a la crítica que, ahora, es aún más grave por las redes sociales... Cuando no tienes las herramientas adecuadas para enfrentarte a todos esos estímulos, surge la ansiedad. Y ahí es donde aparece el segundo factor: la falta de apoyo en su entorno», reflexiona Mateos, antes de que Beirán remate: «Estos deportistas han destacado desde niños, generando unas expectativas enormes a su alrededor. Y ese pánico a fallar a todo el mundo hace que escondan lo que les sucede. Si, además, sus familiares, compañeros y entrenadores les hacen sentir mal por pedir ayuda, el estigma se perpetua. Es vital que los deportistas con problemas psicológicos entiendan que ni son bichos raros ni están locos».
Fuente: Pablo López.