Garrafa, el 10 que se hizo mito en la esquina del barrio

José Luis Sánchez fue uno de los exponentes más perfectos del potrero que cultivó su talento en los campitos de Laferrere; enloqueció a jugadores como Simeone, Ayala o Almeyda, despertó la admiración de D’Alessandro y terminó desnudo en una pretemporada; una mañana de 2006, una de sus locuras le afanó la pelota.

Cuando Garrafa Sánchez se mudó a Laferrere tenía 13 años y en el barrio todavía había potreros. Uno estaba a metros de su nueva casa sobre la calle Del Tejar y Soberanía Nacional. La canchita era conocida como la de los “Rojitos”. Arrastrando la fama de los campitos de la Tablada donde habían nacido, dos años antes que él, sus hermanos mellizos, los hijos del Garrafero (Don Raymundo, era repartidor de garrafas en la zona), tardarían nada en ser parte del equipo que jugaba de local en aquel campito al que le faltaba el pasto y sobraban los pozos. Al principio a José, el más chico de los Sánchez, no lo dejaban jugar, un poco por miedo a las patadas y bastante porque todos tenían la ilusión de que llegue a la primera del Deportivo Laferrere. Para cuidarlo hasta le escondían el único par de zapatillas que tenía. Pero un día José se encaprichó y se sentó en la mitad de la cancha, si no jugaba él no jugaba nadie. El equipo de sus hermanos y los rivales habían decidido sacarlo porque era más chico y porque estaba descalzo. Pero esa tarde de sábado la decisión se estrelló contra la personalidad de un pibito al que era imposible marcarle la cancha. Tras discusiones, insultos y amenazas, el equipo rival aceptó que jugase porque pensaban que tenían una ventaja; los hermanos jugaron con el miedo de saber que lo podían lastimar. Apenas pudieron darle un solo patadón dentro del área, que nadie dudó que era penal. En patas agarró la pelota y la puso en el lado contrario para donde voló el arquero. Nunca más le dijeron que no podía jugar, se había hecho grande de chiquito.

Desde aquel suceso a finales de los 80 hasta el 20 de noviembre de 1993, cuando debutó en la primera de Laferrere, pasaron los años de inferiores a un nivel inolvidable y una lesión en la rodilla licuó la ilusión de la gente que iba a ver a José Luis Sánchez jugar en la reserva. Lo que no sufrió variación fue su modo de entender el juego. Si no hay belleza que no haya nada y así lo expuso en su bautismo profesional. Le tocó jugar de lateral izquierdo, lejos del arco rival, contra Almirante Brown en un clásico que pelaba los nervios. Le avisaron la noche anterior y cuando llegó al vestuario los defensores le llenaron la cabeza para que no arriesgue, que haga la más simple y todo un rosario de precauciones. Ateo a esas causas, las plegarias le entraron por una oreja y le salieron por la otra. El estadio explotaba, más aún cuando lo vieron salir de titular a Garrafa.

Lo primero: en un cruce fue enganchar para adentro, luego para afuera y salir jugando, mientras Grioni, un histórico de la Fragata, miraba sin entender. Las puteadas de Genovese, el zaguero central, se escucharon desde la Ruta 21. La sonrisa del 3 casi le da un paro cardíaco al resto del equipo. Un rato después le tiró un caño a Mandinga Percudani. Afuera lo aplaudían los amigos, adentró lo querían acogotar los compañeros. Con 19 años fue uno de los mejores del equipo que empato 1-1, en el clásico con Almirante.

El último partido en Laferrere fue el 5 de julio de 1997 en la cancha de los Andes frente a El Porvenir. La semana anterior, en el primer cruce de un octogonal frente al equipo de Gerli, no jugó por estar suspendido y el Verde perdió 2-0. Molesto por la derrota, encaró a Ricardo Calabria, DT de El Porve, y le dijo: “La revancha te la gano yo y te voy a hacer un gol cuando saquemos del medio, cagón”. Calabria lo mandó a la mierda y le dijo fracasado. Con la sangre en la zurda, al partido siguiente, en el Gallardón de Lomas, fue al sorteo para sacar del medio, lo ganó: se la tocaron cortita y encaró. Gambeteó a tres jugadores y cuando se iba a meter al área lo bajaron. No había pasado ni un minuto y de tiro libre puso el 1-0. Fue y se lo gritó en la cara al DT del equipo de Gerli. Laferrere hizo tres goles, pero recibió uno y quedó eliminado. Al final Garrafa fue derecho a encarar a Calabria, varios temían lo peor, pero el 10 lo abrazó, lo felicitó y escuchó a Calabria: “Vas a jugar conmigo la temporada que viene”.

Los tiempos en Gerli fueron a un nivel altísimo. Además de ascender al Nacional B, el equipo casi consigue subir a Primera de la mano de Leonardo Madelón. Pero lo que más recuerdan de esa temporada es un partido del que no hay registro, apenas algunos hinchas de El Porve y los jugadores pudieron ver aquel acto de magia. La selección de Daniel Passarella se preparaba para el Mundial de Francia 98 y jugaron contra el equipo de Calabria. Garrafa estaba iluminado y Astrada, Simeone, Verón, Almeyda y Ayala no supieron cómo sacarle la pelota. Las crónicas de la época hablaron de un 4 a 3 para la selección del Kaiser ¿Lo real? Perdieron 3 a 1 y Garrafa les hizo un golazo y metió dos asistencias. “Quien es ese viejo”, preguntó Marcelo Gallardo totalmente admirado por los pocos pelos de Garrafa y esa zurda que apenas tenía 24 años.

Irse a Uruguay para jugar en Bella Vista fue un escape que duró poco y que lo devolvió rápido por la enfermedad de su padre. Ni la Libertadores que iba a jugar con los uruguayos, ni el pedido de la familia, le hizo cambiar de idea. Dejó el fútbol para estar con Don Raymundo. Fueron 8 meses vendiendo garrafas y haciendo pozos de baño. Cuando decidió volver tuvo dos llamados: uno de Ferro en primera y otro de Banfield en el Nacional B. Casi a propósito no quiso pasar la prueba en Caballito con Palito Brandoni. “En Banfield la rompo y voy a ser ídolo”, dijo para que nadie le creyera. Cuando tuvo que debutar la cosa se le puso fea; estaba desgarrado, los dirigentes habían buscado a Reynoso en su puesto y en la interna del plantel los históricos lo miraban de reojo. Contra Quilmes, en la primera fecha de ese inolvidable Nacional B no jugó y el equipo perdió 3 a 0. A la semana siguiente se enfrentaba ante Chicago, de local, y como no habían cerrado lo de Reynoso, fue titular. “Le tengo que dar pases gol a Leeb, otro a Sanguinetti y a San Martín y cuando el partido éste definido hago un gol yo de penal. Así me van a bancar los hinchas y el grupo”, le dijo a un amigo antes de entrar en calor. Eso mismo sucedió aquel 3 de septiembre de 2000. Lo que vino después está en la gloria de Banfield.

Fueron tiempos de fama incómoda. Tres días después del ascenso con Banfield, fue al Monumental a ver a River que jugaba por la Copa Libertadores ante Emelec. Quería conocer a Andrés D’Alessandro. Lo cierto es que el 10 del Millo cuando lo tuvo enfrente a Sánchez casi que se le cuelga del cogote. “Te vi todo el ascenso. Casi que me pongo un póster tuyo en la pieza. Sos mi ídolo”, le gritó cuando vio la pelada de Garrafa. Por la vergüenza no se animó a pedirle la camiseta. “Mierda que me hice conocido”, dijo cuando se le acercó para saludarlo Alfredo Davicce, histórico presidente de River.

Volvió a Laferrere en 2005 tras sus sueños de primera. El regreso fue un sacudón, porque su contrato era alto para la primera C. Conociendo esta situación, al primer día de entrenamiento llegó con una bolsa con 20 pares de botines nuevos para los pibes de la cuarta división que se entrenaban con la primera. De la solidaridad a la locura no había distancia para el 10. En su última pretemporada dio uno de sus últimos shows. Salieron a correr desde el predio en Ruta 21 y Cristianía hacia el lado de la Richieri. Era una rutina de fondo, pero a Garrafa se le dio por darle velocidad y les sacó 100 metros a todos. No fue para demostrar su condición física, quería que lo vieran cómo se iba desvistiendo hasta quedar totalmente desnudo. Lo único que dijo cuándo lo metieron desnudo en la camioneta fue: “Estoy impecable”.

Unas semanas después, una travesura le salió mal. Salió con la moto el mediodía del 8 de enero del 2006 para ir hasta lo de un amigo a unas cuadras. Dicen que en la esquina la quiso “colgar” (andar en una rueda) pero una mala maniobra lo tiró por los aires. La muerte voló y le adivinó el palo.

Fuente: Enganche.