Una mirada profunda. Una sonrisa cómplice. Un hombre que baja un cambio y deja atrás al personaje risueño que lleva a diario el ritmo del vestuario. El de la Academia. El mismo que llegó en 2010 cuando Racing empezaba a enderezar la nave para cambiar el foco de su devenir histórico. Una hoja de ruta más afín al sufrimiento desgarrador que impulsa a quejarse por todo, sin mirar hacia adentro para producir un verdadero cambio. Uno real que implique, por más dolor que provoque, entender que los cambios se inician desde uno mismo. Siempre. Claro, no se trata de que algún erudito diga lo importante que se puede ser para que se asuma todo el potencial propio. Y en el fútbol sucede algo muy parecido. El mero hecho de ser uno de los más grandes o el primer campeón del mundo ya no alcanza en un deporte cada día más profesionalizado y mercantilizado. Ese cambio de paradigma, ese #RacingPositivo que tuvo su piedra bautismal un 11 de octubre de 2014 en pleno semestre que catapultó al equipo de Diego Cocca al título, encontró en Iván Pillud a uno de sus estandartes silenciosos. Un tipo común que supo subirse a ese nuevo arquetipo que se animó a enfrentar al proceso autodestructivo que gobernó durante décadas a la Academia. A esa cultura fatalista de pensar que siempre todo lo malo le sucedía a la mitad celeste y blanca de Avellaneda, la que anida su razón existencial en el Cilindro, esa mágica caja de resonancia futbolera en la que Pillud gritó campeón dos veces en los últimos cinco años. “Fui muy resistido, pero ahora siento que se me reconoce el esfuerzo que hice durante todos estos años”, dice el lateral de 33 años. “No sé cuánto cree la gente que soy importante para el club. Sí me siento con más responsabilidad. Me pasó que fui a una celebración de una filial de Virrey del Pino y toda la gente que estaba me trataba muy bien”, añade mientras una mirada y un gesto bastan para pedir un mate. La sala de conferencia está completamente despoblada. No es un ir y venir de personas. El silencio casi que aturde. Allí, la voz de Pillud resuena potente y profunda, lejos de cualquier estridencia grandilocuente seguida por un chiste o una cargada hacia alguno de sus compañeros.
–¿En qué momento de tu carrera te agarra este equipo? Es que llama mucho la atención un jugador que va al banco y siempre pone una sonrisa, un grito de apoyo, un aliento, nunca una cara de culo.
–Al principio era muy ansioso. Cuando recién empezaba mi carrera y no tenía la experiencia de ahora sentía esa necesidad. Sobre todo cuando me acercaba a la etapa de ser profesional, a los 18 o 19 años, que hacías contrato o quedabas libre, me agarraba muchos nervios. Después vas tomando la experiencia de que siempre las cosas llegan primero si uno se las propone. Muchos hablan de la cuota de suerte y, para mí, la suerte te acompaña si hacés bien las cosas y si sos perseverante. Hoy me siento mucho más tranquilo y relajado. El hecho de haber jugado poco el año pasado no me cambió: siempre soy el mismo y no cambio. Puede sonar raro en este mundo del fútbol porque tiene diferentes personalidades y la mayoría de los jugadores tienen ego. En el fútbol hay problemas de egos, más que nada dentro de los vestuarios y es difícil convivir en un mundo así.
–Está perfecto, pero si no te la creés un poco no llegás, no podés convivir en un ambiente así. Tiene que existir una cuota de creérsela sin que eso implique subirse a un pedestal…
–Totalmente, pero cada vez se hace más difícil. Y eso lo veo en los más chicos. Ha cambiado mucho el trato de los jugadores con los que jugué. Varios ex jugadores te hacían sentir ese liderazgo y uno tenía que agachar la cabeza y darle para adelante.
–¿Cómo quién?
–(se ríe)… más que nada me tocó en Newell`s. Estaban el Turco Husain, el Flaco Schiavi, el Pepi Zapata, Lucas Bernardi. Ojo, hablo de la buena leche. Jugadores que ante el reto o alguna petición estábamos como obligados a responder y hacerles caso. Hoy no es que pase todo lo contrario. Los chicos, es lo que justamente dijiste vos que se la crean, pero hay veces que hay que pararles un poco la motoneta, esa ambición porque se piensan que se llevan el mundo por delante y, tal vez, no tienen ni partidos en Primera. Creo que en todo laburo hay que pagar un poco el derecho de piso.
–La Gata Fernández nos decía que antes cuando los más grandes entraban al hidromasaje, los más chicos se tenían que ir… ¿Qué pasó para que se diera ese cambio?
–Yo siempre lo llevo a la familia. Es como la última oveja de la familia. En mi caso, somos cuatro hermanos y tanto mi mellizo como a mi hermano más grande, mis viejos siempre nos inculcaron las cosas a rajatabla y nosotros respondíamos. Y con mi hermano más chico, el cuarto, Brian, como que los agarró de más grande y disfrutó de todo. Es como que mis viejos se relajaron más. Y hoy, el más chico, a mis viejos les hace lo quiere. El más grande tiene 36, nosotros 33 y el más chico 29 años. Lo hablo con mis viejos cuando voy a mi pueblo y están como resignados. Y ahora nos está pasando a nosotros con las camadas nuevas. Cuando me tocó jugar con los más grandes era como que todo era una obligación y nosotros respondíamos porque veníamos de otra escuela, de estar con otras personas que te daban otro aprendizaje. Me tocó mamarlo cuando empecé a jugar en Primera. Y hoy con los más chicos me agarran a mí un poco más grande y me lo tomo con otra filosofía.
–¿Te pasó creértela?
–Creo que tengo algo muy bueno, una virtud. Siempre hay que ser el primer autocrítico. Eso te ayuda a mantener la humildad. A veces escucho “el técnico no me pone” y les digo que primero hagan una autocrítica para ver por qué no los ponen, por qué no juegan. Por eso, el tema de los egos y de creértela, siempre creo que fui la misma persona. Siempre fui de tener un perfil bajo y siempre traté de estar de buen humor. Juegue o no juegue trato de mostrar la misma predisposición. Y me considero una persona totalmente sencilla en lo que es el fútbol. No quiero que se malinteprete, siempre quiero jugar, pero aprendí a que esto es una competencia día a día.
–No es habitual que un compañero de tu mismo puesto te diga ponete las pilas que me tenés que sacar el puesto. Y eso le dijiste a Renzo Saravia. ¿A vos te lo dijo alguien?
–Tuve varios compañeros en Newell’s. El Colorado Ré, que jugaba en su momento de lateral. En ese momento estaba Fernando Gamboa de técnico y el Colo me pareció un tipo que me dejó muchas cosas buenas. Fue el primero que me dijo eso: “Entrenate para ganarme el puesto”. Y él, en ese momento, era uno de los caciques. Me quedó esa frase. Y hoy la vuelco acá. No digo que sea un referente, pero soy el que hace más tiempo está en el club. A veces hago de intermediario entre el capitán y los más chicos…
–Y ese capitán, Licha López, no es un ogro como parece…
–No, totalmente. Es un ejemplo a seguir. Es el primero en llegar y el último en irse. Y, después, lo que genera en el vestuario. Está en todos los detalles. Me pasó algo similar con Milito y con Saja. Somos 25 o 26 profesionales y si todos estamos bien, todos tenemos las mismas posibilidades de jugar. Es el técnico el que toma la decisión. Y estar afuera me hace sentir, muchas veces, aún más importante. Sé que si me quedo afuera y le pongo cara de culo al entrenador y vengo a entrenar bajoneado, le estoy dando un mal ejemplo al más chico que trata de reflejarse en lo que hacemos los más grandes. Y eso hace a la competencia de alto rendimiento. Si vengo a entrenar mal o con cara de culo estoy contagiando al chico que tengo al lado. Y me parece que así no soy un buen ejemplo.
–Estás haciendo mucho hincapié en los más chicos. Y al jugador se le enseña solamente a ser jugador, a que el domingo la pelota entra o no, pero muchos no llegan y se encuentran con otra realidad que no es la mejor y algunos quedan tambaleando…
–Creo que en estos últimos años los clubes han mejorado con respecto al estudio. En 2003 y 2004 estaba en la pensión de San Lorenzo y ya había terminado el secundario, pero tenía compañeros que estaban con profesores particulares para que terminaran de estudiar. No sólo era la pelota. Y acá, a los chicos de la pensión Tita les digo que tienen que saber que el sueño de llegar a Primera está perfecto y que el esfuerzo al máximo ayuda, pero les pido que no dejen el colegio porque no sólo se trata de correr detrás de una pelotita sino que la educación te abre muchas puertas. Si el día de mañana quedás afuera del mundo del fútbol, eso te ayuda. Hoy hay mucha presión de parte de la sociedad, hay muchas urgencias y todo tiene que ser ahora. Y con eso pareciera que el único resultado que sirve es ganar. Y la gente se acostumbra a los momentos que vivimos. Cuando llegué a Racing en 2010, el club no estaba tan ordenado como está hoy. Era otro club y en la parte futbolística no andábamos bien y la gente no te exigía tanto. Ahora parece que hemos puesto la vara muy alta y hoy perdés dos partidos seguidos y la gente te hace sentir esa obligación de ganar. Está todo como muy revolucionado y se hace difícil. El día a día lo disfruto mucho pero me pasa que cuando pierdo un partido lo sufro mucho.
–¿Cómo se hace para vivir con la misma tranquilidad salgas campeón o pierdas 6 a 1 con River? ¿Uno puede ser feliz en el fútbol argentino?
–Uffff…. La idiosincrasia que hay acá es muy difícil. Es difícil estar bien del mate (de la cabeza) cuando salís campeón o cuando te dan un palo como nos dio River con el 6 a 1. Y ese trato con la sociedad es muy difícil. Sé cómo piensa el hincha. Creo que haber salido campeones dos veces en 5 años te da cierta espalda para responderle a la gente. Me ha pasado que después del partido con River tuve contacto con hinchas en la calle y la gente te trata totalmente diferente. Te hace sentir esa derrota y uno se va mal a la casa, te sentís una porquería. Y siempre se sale a ganar. Hace un año atrás, un muchacho de unos 60 años me vino a prepotear porque habíamos perdido un partido en el campeonato a pesar de venir bien y medio que me amenazó diciéndome que al siguiente partido teníamos que ganar. Y ante ese “ehhh, mirá que tenemos que ganar”, le pregunté la edad y cuántas veces había visto campeón a Racing y se puso a pensar. “Tres o cuatro veces”, me dijo. Y le respondí que la persona que tenía enfrente, en cinco años, lo había hecho salir campeón dos veces. Vivimos en una presión constante y nadie te reconoce nada.
–¿Puede ser que el hincha no pierde nunca?
–El hincha no pierde nunca (se ríe). Hoy me lo tomo con más tranquilidad. La gente no reconoce, no te valora el esfuerzo, el sacrificio. Entra en razón cuando le hablás. Pero no puedo estar explicándole a todos los hinchas. Ese señor de 60 años me terminó pidiendo disculpas.
¿No te dan ganas de mandarlos a la mierda?
–Sí, totalmente. Siempre les digo lo mismo. Lo único que quiero es que cuando deje de jugar se me reconozca. Estamos metiendo una década de la puta madre, jugando Copa Libertadores, Copa Sudamericana que Racing hacía más de 15 años que no estaba en torneos internacionales.
–Dijiste que ese “eh…”, en tono amenazante, te jodió, pero vos jugaste un partido amenazado con Quilmes, que preferías…
–… quedarme en mi casa.
–¿Cómo se juega un partido en el que tu hinchada te exige, no te pide, te exige que pierdas?
–Nos pasaba constantemente en el partido, que todavía tenía hinchas locales y visitantes, que estaba contra la línea y la gente de Racing me puteaba. Si ibas para adelante, todo el mundo estaba pendiente de lo que hacías, te pedían que fueras para atrás.
–Volvemos a lo mismo, ¿el hincha nunca pierde?
–Claro, nunca pierde. En ese partido, a los 10 minutos, estaba Bruno Zuculini que era pibito y lo comió mentalmente la presión. Cuando entré al vestuario estaba llorando, no podía jugar pobre. Literalmente, un dolor de huevos. Y tenés que tener cuidado después cuando declarás.
–¿Tenías miedo?
–Hasta tenías miedo de declarar. Te encontrabas con que no sabías qué decir. Además, hoy esperan que pises el palito y te meten en el medio del quilombo. La pasé mal, la pasamos mal. El Chino Saja tenía una calentura terrible. En realidad, todos porque fue algo muy loco, fue lo más extraño que me pasó. Al otro partido, de local, te presionaban para ganar.
–Entonces, ganar o perder, a veces depende del hincha y del rival. Es decir, del contexto…
–Y sí. Cómo después te podés sentar con un hincha a explicarle esas cosas cuando en un partido te obliga a perder y al siguiente te obliga a ganar. No hay parámetros de nada. Entonces, no te podés poner a hablar ni a discutir con una persona que te obliga a esas cosas. Hoy me lo tomo con mucha calma. Siento que estoy acá para cumplir, para salir todos los fines de semana a jugar y tratar de ganar.
–Ricardo Centurión ha hecho cosas extrafutbolísticas que no son profesionales, pero no es una víctima de la sociedad.
–Considero lo mismo.
–Creés que acá y en Boca, la sociedad lo ha marcado porque era el más fácil de pegar. Al igual que Brian Fernández que tuvo problemas acá y en Estados Unidos…
–Creo que son víctimas de la sociedad, pero también se lo buscan. Se lo he dicho a Centu. Cuando le tuve que decir las cosas se lo dije de frente. Él sabe que lo quiero mucho. Siempre le fui sincero, no soy un tipo negro en este ambiente. Le dije quedate en tu casa que te están buscando y el tipo salía. Centu tenía esas cosas. Hace poco hizo una nota con el Pollo Vignolo y le dijo a Ruggeri que llegaba la noche y él necesitaba salir. Salir lo puede hacer, el tema es que él se busca lo problemas. Como jugador nadie lo discute, pero con las redes sociales, con las fotos, con las cámaras, le decía que la joda la hiciera en su casa sin que se enterara nadie. Él necesitaba salir, parece que él precisa que lo vieran, vivir esa adrenalina de salir en la tele con un quilombo. Y yo se lo decía, pero era como hablarle a una pared.
–El contexto familiar ayuda o no. Sin justificar, hay contextos que colaboran o potencian actitudes…
–Arranca por ahí. Él tiene una historia muy marcada, jodida. Cuando no tenés a tus viejos para que te contengan, el famoso entorno, es difícil. Él mismo me lo decía: “Mis amigos me vienen a tocar la puerta de mi casa para salir de joda”. Y le decía que se quedara, que no saliera. Esos amigos lo querían llevar por un mal camino, esos no son sus amigos.
–Los famosos amigos del campeón, ¿no?
–Exactamente, es lo que le dijo Ruggeri en su momento. Pero bueno, él le contestó y le dijo que cuando llega la noche tenía la necesidad de salir.
–Es como una adicción, parece…
–Sí, lo mismo le pasó a Brian Fernández, son adiciones que son muy difíciles de manejar. Pero me parece que pasa por una cuestión de principios. Cuando no tenés contención familiar, no tenés un buen grupo de amigos… Y bueno, se te complica.
–Como referente, ¿no te dieron ganas de contenerlo más y quizá de llevarlo a vivir con vos?
–Sí, en algún momento lo pensé. De hecho algunas veces, cuento que acá había un psicólogo para ellos, tanto para Ricardo como para Brian, cuando estuvo y nosotros de las puertas hacia adentro lo ayudábamos. Pero afuera es imposible convivir con una persona así las 24 horas. No podés estarle encima, cada uno tiene su vida. Lo llamaba por teléfono para saber dónde estaba. Incluso, algunas veces me llamaba él y me decía: “Iván, ¿vamos a salir?” Y yo le decía: “No Centu, mañana entrenamos, cabeza”.
–Y a vos te gusta salir, pero…
–Me gusta lógicamente, pero ya tengo una edad diferente. Cuando llegué a los 23 años acá y hasta los 28, la verdad que lo disfruté, salí de joda, me mandé cagadas como todos y aprendí de eso. Lo que siento de esa experiencia, es que aprendí. Y no hice ninguna.
–Hablaste del hincha y a Centurión se lo recuerda ahora en Racing por el gesto de la camiseta de Boca en la cancha de River…
–Creo que hay cierto egoísmo con él en ese sentido. Le dio muchas cosas al club. Pero insisto en que hay un poco de culpa de Centu. Nosotros le estuvimos demasiado encima, le hablamos, pero llega un momento que… te dicen las cosas una vez, dos, tres, cuatro, es como que ya te desgasta. Y te hinchás las pelotas.
–Y después de lo que pasó con Coudet, imagino que fue peor.
–Te juro que lo hablé con amigos y hasta con mi familia. En la semana, antes de ir a la cancha de River, Chacho lo saca en una práctica y me di cuenta ese día que Centu se fastidió, que estaba mal. Lo entiendo porque el técnico lo había sacado. Y no sé por qué, pero sabía que si entraba en el partido con River se iba mandar una cagada. Estaba mal predispuesto en los días previos al partido porque sabía que no jugaba, estaba de mal ánimo en la concentración, entonces era lógico que pasara lo que pasó. En el vestuario estaba con la cabeza gacha, estaba como ido. Le decía, que tenía que ser un ejemplo, que tenía que entrar y romperla. Pero sentía qué podía suceder.
–Volviendo a vos, tuviste una enfermedad que te dio un buen susto.
–Me cagué mal. Tuve hepatitis B.
–¿Qué enseñanza te dejó ese momento? ¿Tuviste temor de tener VIH?
–Sí, al principio no sabía lo que era la enfermedad. La contraje por transmisión sexual, no me da vergüenza decirlo y siempre se lo explico a los más chicos y lo hablo con mis amigos. Y lo real es que me cagué en las patas, mal. La hepatitis B te produce una infección en el hígado. Me hice controles todos los días y eso está vinculado con el VIH. Cuando arrancó la enfermedad, me bajaron las defensas, me empecé a poner amarillo, me subió la bilirrubina, estaba muy flaco y me costaba levantarme para venir a entrenarme. Mirá qué fuerza mental tenía en ese momento para trabajar en la práctica y para jugar dos partidos con hepatitis B. No me olvido más. El primero fue contra Tigre que perdimos 2-0, como visitante, y después perdimos acá con Arsenal 2-1. Yo hacía una o dos semanas que tenía la enfermedad.
No se detiene en el relato, está concentrado en una historia que lo marcó: “Y mirá lo que son las madres, cuando termina el partido con Tigre me llama y me dice: “Qué te pasa, ese que jugó no sos vos, ese no es mi hijo”. Yo no tengo expulsiones en mi carrera, mi viejo me dice que tengo que pegar más, pero ese día fui un desastre y pegué un par de patadas de torpe, por falta de coordinación. Mi vieja se dio cuenta que algo tenía. Y la verdad que yo iba a mi casa y me la pasaba durmiendo. Cuatro o cinco horas de siesta, me sentía desganado. Me empezaron a dar vitaminas, porque pensaron que eran las defensas. Y cuando me toca el doping, después del partido con Arsenal, voy al baño y el médico me dice que me quiere hacer un estudio más. Y le dije que no sabía si llegaba al vestuario, que no tenía fuerza. A la mañana siguiente, voy al hospital Italiano, me hacen los análisis y la hepatóloga me dice: “Vos tenés hepatitis”. Pensaban que era la A, que era la más común, la de transmisión por saliva. Por eso llamaron al club y mandaron a control a todos porque suponían que era esa la enfermedad. A las dos horas, cuando sale la hepatóloga, me comunica que es la B. No tenía la dimensión de la enfermedad. Pero el médico me mira y se lo noté asustado y me dijo “es re jodido Iván”. Y bueno ahí empezó todo, dos semanas en cama sin entrenarme y mi mamá me levantaba hasta el baño para hacer mis necesidades.
–¿Ahí se dio un quiebre en tu vida?
–Totalmente. Fue un cambio muy grande. Hasta me mudé. Pero desde ese momento empecé a estudiar la enfermedad, lo importante que era y lo difícil que era salir de esa enfermedad.
–¿Por qué decidiste contarlo? Hay gente que no lo dice nunca.
–Me hacían notas y me decían que no dijera que tuve hepatitis B. Y no me daba vergüenza, sentía la necesidad de que la gente supiera lo complicada y lo grave que es la enfermedad. Que se conozcan los cuidados que hay que tener para evitarla.
–¿Sentiste que de alguna manera era un rol como deportista que debías asumir?
–No sé si lo pensé así, pero sí quería contar cómo es la enfermedad. Me parece que los futbolistas hoy tienen un lugar especial y quizá desde ese lugar se amplifique ese mensaje. Somos un fiel reflejo para las cosas buenas y las malas.
–¿No sentís que es demasiado lastre para ustedes?
–Depende cómo lo tomes. Qué sé yo. En ese momento se los conté a los chicos para que se cuidaran, que no sean boludo como yo. Gracias a Dios no tuve secuelas, pero hay gente que la padece, no tiene recursos y se muere.
–¿Fue el partido más difícil que jugaste?
–Sin duda, el partido más difícil que jugué fue contra la hepatitis B. Estuve dos semanas postrado en una cama. Me llegaron unos antivirales, que si no los tomaba, era muy difícil que saliera de la situación en la que estaba. Tardaron dos semanas en traerlas, nosotros tenemos una prepaga muy buena y al principio no me las querían dar.
–Y, ¿cómo hicieron para que te las dieran?
–Hablaron los médicos de acá, se contactaron con gente importante del Gobierno, porque son unas pastillas carísimas. Una parte las cubría la prepaga y otra yo. Gracias a Dios llegaron a tiempo y tengo el gusto de estar sentado acá charlando con ustedes.
–Si tu grupo de amigos sabe que tenés fecha libre y te invita a irte de joda o te dicen de irte a Corrientes, para ir a pescar, ¿qué elegís?
–Hoy elijo irme a pescar. Ahora me parezco más a Lisandro [López]. Nosotros salimos campeones, volví del Obelisco como a las 3 de la mañana y a las 7 me fui a pescar con dos porteros del club.
–¿Qué tiene la pesca que a tantos les gusta?
–Tenés que hacer la experiencia para entenderlo. Es más que sacar un pez, son los momentos con los amigos. No sé cómo explicarlo.
–¿Hacer un gol o sacar una buena pieza en la pesca?
–Ufff, qué pregunta complicada… Hacer un gol. Pero me pasaron tantas cosas acá, salir campeón dos veces, una enfermedad, aprendí mucho y no me arrepiento de nada.
–¿Cómo llegaste a la pesca?
–Mi viejo me llevaba a pescar. Soy de una familia de pescadores. Y la actividad, también me acercó a familiares que no veía hace un tiempo. Gracias a las redes sociales, me vieron que había sacado un pescado, me escribió un primo para vernos, hicimos un grupo de tíos, primos y hermanos y ahora somos 15 que vamos a pescar a Corrientes.
–¿Salir en la tapa de El Gráfico o en la de Aire Libre?
–Qué dilema. Hace poco salí en la revista Aire Libre y me encantó. Y hace poco aparecí en la tapa del diario Olé y me gustó más la de Aire Libre. Mi vieja chocha cuando le llegó el diario Olé, porque ella recorta todo.
–En dónde se ve el mejor Pillud, ¿en la pesca o en el área?
–Soy parecido en las dos actividades, porque tengo momentos buenos y malos. Hay que tener paciencia.
–¿En dónde sos más feliz: pesca o fútbol?
–En la pesca, sin duda.
–¿Se puede ser feliz en el fútbol?
–Es difícil, pero ojo que yo soy feliz jugando al fútbol.
–¿Alguna vez no lo fusite?
–Sí, cuando era más chico. Cuando hacía poco que estaba acá y teníamos el karma de perder los clásicos. Perdía uno y me encerraba en mi casa. No era feliz para nada, la pasaba muy mal.
–¿Puede ser que tenga que ver que el fútbol se volvió tu trabajo?
–Sí, claro, sin duda. Pero desde hace un tiempo que lo disfruto, pero que tengo más responsabilidades. Tengo que ser sincero, que últimamente me está pasando, que no tengo tan claro que pueda cumplir con el deseo de jugar hasta los 40 años. Ojalá que suceda, pero igual es muy difícil hacerlo. De todas formas tengo ganas de estar dos o tres años más en este club.
Fuente: Enganche.